dissabte, 26 d’octubre del 2019

Fragments del programa La Qüestió (À Punt) 25/10/2019 - I ara què?

Fragment del programa La Qüestió, d'À Punt, emés el 25 d'octubre de 2019, un dia després de l'exhumació de Franco. Debat amb els testimonis de les víctimes de la dictadura franquista Tina Guillem, de la plataforma de suport a la querella argentina, i Pablo Mayoral, president de la Comuna Presos del Franquisme. L'advocada Aràdia Ruíz,d'El Rogle, que explica la denuncia presentada per diversos valencians i valencianes contra torturadors del régim encara impunes. També inclou un fragment del reportatge sobre els 10 d'Alaquàs, amb la intervenció d'alguns protagonistes i de l'investigador i periodista Lucas Marco, autor del llibre "Simplemente es profesionalidad", sobre la Brigada Politico Social a València.




Fragment de l'entrevista a Tina Guillem, membre de la plataforma de suport a la querella argentina contra els crims de la dictadura franquista. El periodista Miquel Ramos pregunta sobre el paper de les institucions davant les reclamacions de les víctimes.

                                          

Fragment del debat sobre el conflicte entre Catalunya i l'Estat espanyol després de la sentència del procés, les protestes i la situació política a pocs dies de les eleccions generals del 10 de novembre de 2019.



Fragment de l'entrevista al fundador del PP, Manuel Milián Mestre, sobre el referèndum de l'1 d'Octubre de 2017 a Catalunya i la violència contra els votants.



Entrevista a Joan Canela, membre del Grup de Periodistes Ramón Barnils, sobre la violència contra periodistes durant els incidents i les càrregues policials a Catalunya la setmana que es va conèixer la sentència del procés.

CONSULTA L'INFORME DE MÈDIA.CAT: 



Fragment del debat sobre els col·lectius que reclamen solucions per les persones depenents, els desnonaments o les pensions.




PODEU VORE EL PROGRAMA SENCER AL WEB D'A PUNT MÈDIA, CLICANT SOBRE ESTE ENLLAÇ




dilluns, 21 d’octubre del 2019

La pornografía de los disturbios

LA MAREA
Miquel Ramos 19 octubre 2019


Muchos de los periodistas que hemos estado pendientes de los hechos de Catalunya esta semana tan solo hemos podido vivirlos a través de las pantallas. Confieso que ha sido un atrape, como se suele decir, enganchados a nuestros móviles y a la pantalla del ordenador con la televisión en marcha de fondo. Desde la distancia, sin estar a pie de barricada ni tras la línea policial, nuestros juicios o nuestras informaciones no tienen el mismo valor que aquellas relatadas bajo la lluvia de piedras o esquivando porrazos y balas de goma. Pero quizás nos ha permitido poder abstraernos por unos momentos, analizar en frío sin el olor a plástico quemado y sin el sonido de las sirenas. Y, sobre todo, tantear a la gente de nuestro entorno que no está allí, a nuestros vecinos, familiares y amigos que lo han visto todo por televisión y tratan de entender qué está pasando. 
Ayer mi padre decidió apagar la televisión. Su cabreo monumental con la cobertura mediática se mezclaba con cierta tristeza y con mucha preocupación por lo que podría suponer esta escalada de violencia. ¿Qué está pasando? Me preguntó. Y llevaba toda la semana viéndolo en los informativos. ¿No lo había visto? Sí, pero nadie había explicado nada. Como el resto de ciudadanos que no están en Catalunya estos días, vio los acontecimientos por televisión como si se trataran de un espectáculo, una película distópica en directo o un concierto de death metal de cinco días seguidos. Estaba agotado y seguía sin entender nada. 
No es casual que los principales programas de información de una de las cadenas que ha estado retransmitiendo en directo los hechos se llamen “Al Rojo Vivo”, “Liarla Pardo” y ya en plan sarcástico, “Más Vale Tarde”. Hace años que la información se subordinó al espectáculo. Que una persecución policial en Oklahoma tenga prioridad en los informativos a una gran campaña de los vecinos de Benimaclet para plantar huertos urbanos en un solar abandonado en medio de la ciudad de València. Dos ejemplos al azar, pero podríamos relatar miles. 
La información ya no trata de explicarte el porqué de las cosas. Tan solo te muestra hechos. Cuanto más, adornado con opiniones de la calle seleccionadas para reforzar su relato, o con tertulianos que tan solo hablan de lo que dice uno u otro líder político. O, aún peor, que ofrecen análisis simples y a veces hasta conspiranoicos que se repiten cada vez que hay disturbios. En España, claro, porque cuando arden Caracas o Hong Kong, salvando las distancias, todo tiene una explicación. Aquí, sin embargo, siempre están presentes las hordas anarquistas italianas o los “perfectamente coordinados y preparados” alborotadores que, al parecer, llevaban meses viajando a Grecia o vete tú a saber dónde a aprender tácticas de guerrilla urbana. Te lo dicen periodistas y analistas que lo más cerca que han estado de un movimiento social ha sido en la comisión de fiestas de su pueblo o en las reuniones de la escalera
La información como entretenimiento y, en este caso, lo que algunos llamamos Porno Riot (la pornografía de los disturbios*), se ha enquistado en el menú de los medios de comunicación, sobre todo audiovisuales. Esto, cualquier analista sabe que está lejos del papel que deberían ejercer los medios, que es el de informar para entender, no para entretener. Sin obviar el alineamiento de la mayoría de ellos con el relato del poder, que, aunque suene a tópico, ciertamente cuesta encontrar fisuras en las informaciones de ámbito estatal que rompan con el marco que reproducen los principales representantes del statu quoestén en el gobierno o en la oposición
Cualquiera que conozca mínimamente los movimientos sociales o que haya vivido determinado contexto político donde haya estallado la violencia, ya sea en la Transición, en los movimientos antiglobalización o en el 15-M, sabe que todo es mucho más espontáneo de lo que parece. Y sabe que a la gente que está a pie de barricada le importa tres pimientos quiénes sean y lo que digan los supuestos líderes políticos y estrellas mediáticas, que, por supuesto, ni están ni se les espera allí. Existe una brecha enorme entre el análisis que hace el político o el periodista de turno y lo que motiva a alguien a estar a pie de calle lanzando piedras a la policía o simplemente resistiendo pacíficamente. Y entre estos los motivos son múltiples. A veces incluso ni siquiera ideológicos.
También es cierto que la espectacularidad de las informaciones suele motivar más que sofocar los disturbios. El Porno Riot es eso. Apela a la emoción. Unos se creen que España está al borde del apocalipsis y apelan a suspender cualquier derecho fundamental para reestablecer el orden. Otros se indignan al ver la violencia policial y el relato de los medios, y acaban uniéndose a las protestas. Pero todos siguen sin recibir una interpretación razonada. Tan solo estímulos. Y, además, muy pocas veces, hablan los protagonistas de los hechos. 
Hace unos días, el compañero Hibai Arbide publicaba un artículo en El Salto donde precisamente denunciaba esta falta de información. Conoce bien Catalunya y lo que son los disturbios pues lleva años viviendo en Grecia, donde los cócteles molotov son más que habituales en muchas manifestaciones. Lo que hemos visto estos días en la mayoría de medios justifica sobradamente el título de su artículo: ‘Vivir en otro mundo’. 
Lo preocupante es que los periodistas han sido también víctimas estos días. Algunos increpados al grito de “prensa española, manipuladora” por aquellos a los que llevan años llamando borregos, golpistas y violentos, mientras llaman “constitucionalistas” o “ciudadanos con banderas de España” a neonazis que gritan Sieg Heil y franquistas con la bandera del águila de San Juan. Otros, sobre todo fotoperiodistas, agredidos (e incluso detenidos, como Albert Garcia de El País) por policías que se incomodan cuando los retratan excediéndose en sus funciones. 
Son decenas de periodistas los que han denunciado estos excesos, y de muy diversos medios. Hasta 58 periodistas agredidos ha contado el Grup de Periodistes Ramón Barnils. Pero las agresiones a la prensa que solemos ver por televisión son las de manifestantes increpando a reporteros. De los excesos policiales contra la prensa vemos poco, y lo sabéis. 
Normalizar estos excesos, ya no contra la prensa, sino contra cualquiera, por las “situaciones de estrés” o la “tensión” a la que sin duda están sometidos los agentes, es más preocupante de lo que parece. A nadie le gusta que un político cometa irregularidades en su gestión, que un empresario no cumpla los protocolos de riesgos laborales o que un trabajador ponga en riesgo su seguridad o la seguridad de nadie. Pero a la policía se le permite saltarse sus propios protocolos con una asombrosa condescendencia. Los agentes se supone que están entrenados para afrontar este tipo de situaciones. La responsabilidad que tienen es enorme, pues tienen el monopolio de la violenciay representan al Estado. Y aquí no deberían valer excusas. Y menos aún cuando muchas de las actuaciones que hemos visto estos días no son fruto de ninguna situación límite en la que el agente está acorralado, sino de una rabia acumulada y una ira desatada que se siente impune y que roza la crueldad de una manera preocupante. Aún más, cuando esta agresividad se exhibe desde sus propias redes sociales, como una declaración de guerra hacia los manifestantes, como se ve en el vídeo que colgaron en la cuenta de Twitter “Antidisturbios”, donde aparece un agente de la Policía Nacional mostrando una bala de goma en la que habían escrito “La republica no existe, idiota. En recuerdo del pelotazo que te di”. 
Pero también hay que preocuparse por entender el porqué de todo esto. Y aquí es cuando debemos cuestionar sin miedo a nuestros medios, a quienes eligen los titulares, los contenidos y los relatos, quienes construyen una realidad y un ambiente que puede ser explosivo a pie de calle. Y, por supuesto, a nuestros políticos. A los que saben jugar bien al espectáculo al que se han subordinado los medios y actúan como pirómanos, creyéndose dioses, sin ninguna empatía hacia la ciudadanía, vendiendo un relato calculado para su público y sin ninguna intención de resolver nada. Aunque aquí, de nuevo, la correlación de fuerzas no puede ser obviada. El Estado tiene la obligación de resolver un conflicto político con política, no con la fuerza ni tratándolo como un problema de orden público, como viene haciéndolo desde el 1 de octubre de 2017. Y, por otra parte, quienes se erigen como portavoces de un movimiento que ya ha pasado por encima de ellos hace tiempo, mientras envían a su propia policía contra “sus” manifestantes. 
Finalmente, más allá de los medios y de los políticos existe la gente. La que sigue sin entender qué está pasando. La que ha visto su calle en llamas, la que ha recibido un porrazo sin estar haciendo nada, o la que desde su casa hace zapping y pasa de los disturbios a un concurso de cocina. El Porno Riot entretiene pero no informa. Y cuando se apagan las llamas cambias de canal. Condenar a la sociedad a ser mera espectadora sin darle herramientas para que razone y saque sus propias conclusiones tiene repercusiones irreparables. Aleja al ciudadano de la razón y lo subordina a la emoción. Y esto no ayuda en nada a que estos hechos no se vuelvan a repetir. Es más, contribuye a que los problemas se enquisten. Mientras, políticos y medios siguen interpretando su sainete, ajenos y bien lejos del chico que ha perdido un ojo por una bala de goma, del que ha terminado en prisión, del policía herido y del vecino al que le han quemado el coche.
*Fotografia de Victor Serri



Generación identitaria: rearme ideológico para una nueva extrema derecha

Intelectuales franceses reformulan las viejas ideas racistas que abanderan los nuevos grupos de extrema derecha, también en España. Varias infiltraciones revelan la conexión de estos grupos con el terrorismo neonazi.


LA MAREA 
Miquel Ramos 10 octubre 2019 

Este artículo está incluido en #LaMarea72, donde publicamos un especial sobre supremacismo blanco y los grupos identitarios, que incluye una amplia infografía. Puedes comprarla en nuestra tienda online. Y puedes suscribirte a La Marea desde 40 euros al año
Decenas de jóvenes realizan ejercicios físicos en un paraje natural cerca de la ciudad de Orleans, en el Valle del Loira francés. Sentados sobre la hierba toman notas y escuchan a diversos oradores. Es agosto de 2012 y hay varias patrullas de gendarmes franceses vigilando la zona. Se trata de la décima edición del Campo Identitario, unas jornadas organizadas por el movimiento de extrema derecha francés Bloque Identitario. Los organizadores tienen preparada una sorpresa, un vídeo que deja boquiabiertos a los presentes. Diversos rostros de hombres y mujeres que no pasan de los 25 años interpelan a la cámara con voz firme y rostro desafiante: “Esto no es un simple manifiesto; es una declaración de guerra. Nosotros somos el mañana, vosotros sois el ayer. Somos la generación identitaria”.
Dos meses después, el 20 de octubre de 2012, 70 jóvenes asaltaron la mezquita de Poitiers, ocupando la azotea y desplegando una pancarta con la leyenda “732 Generation Identitaire”. «Hemos elegido Poitiers para este acto reivindicativo porque fue aquí donde Carlos Martel rechazó, en el año 732, al ejército invasor musulmán de Abderramán», explicó uno de los organizadores de la acción a la televisión francesa BMFTV. Se presentaba así públicamente Generación Identitaria (GI), el nuevo movimiento de extrema derecha francés que hoy está presente en más de una veintena de países. Regentan gimnasios, bares y bibliotecas, y han realizado numerosas acciones publicitarias con un gran impacto mediático: desde ataques a migrantes en Calais hasta una cadena humana contra las personas refugiadas en los Alpes o una campaña de micromecenazgo que consiguió decenas de miles de euros en pocos días para fletar un barco que surcó el Mediterráneo acosando a los barcos de rescate y a los migrantes que trataban de llegar a Europa. Su marca, Defend Europe, ha sido adoptada por la mayoría de grupos ultraderechistas europeos, al igual que su símbolo, la letra lambda griega.
Ocupación de la mezquita francesa de Poitiers en 2012 por parte del movimiento identitario francés.

La munición ideológica

La organización antifascista inglesa Hope Not Hate (HNH) publicó a finales de agosto de este año un extenso informe en el que se destripan las entrañas de los movimientos identitarios. La publicación coincidía con la noticia que habían filtrado a los medios sobre la presencia de dos miembros de Generation Identity (UK) en la Marina Real inglesa. Uno de ellos, a punto de servir en un submarino nuclear. Además, este grupo había estado relacionado con miembros del grupo neonazi ilegalizado National Action, considerado terrorista en Reino Unido.
No era la primera vez que GI sufría una infiltración. Un reportero de Al Jazeera estuvo seis meses infiltrado en la sección del grupo en la ciudad francesa de Lille, grabando con cámara oculta los encuentros con los militantes de GI, que reconocían en privado las cacerías de jóvenes árabes y sus deseos de cometer atentados contra musulmanes. El reportaje Generation Hate, emitido en diciembre de 2018, denunciaba también vínculos entre los miembros de GI y el Frente Nacional de Marine Le Pen. “Los identitarios no hemos estado involucrados en la política electoral por una razón muy simple: en Francia ya tenemos al Frente Nacional, y sus ideas ya reflejan nuestra posición”, confesaba Aurélie Vershasell, líder de GI en Lille, al periodista de Al Jazeera infiltrado. Verhassell trabajaba como asesor del Frente Nacional, y explicaba también cómo el partido encargó a GI la seguridad de los mítines de Marine Le Pen en Burdeos. Varios miembros del partido fueron grabados en los locales de GI en Lille con la cámara oculta confesando tener armas y estar dispuestos a emprender la guerra racial una vez el Frente Nacional alcanzase el poder.
El informe de HNH, más allá de describir quiénes son y cómo se organizan los identitarios, lanza una seria alerta sobre la escalada violenta de los grupos afines y sus conexiones con la violencia y el terrorismo de extrema derecha. No es una simple especulación, sino que demuestran con datos las vinculaciones de los terroristas supremacistas de estos últimos años con todo el imaginario creado por los identitarios.
Antes de la publicación del informe de HNH, varios medios de comunicación destaparon que el terrorista ultraderechista Brenton Tarrant, que asesinó a 51 personas en las mezquitas de Al Noor i Linwood de Christchurch (Nueva Zelanda), había financiado a las ramas francesas y austríacas de Generación Identitaria. Además, Tarrant habría mantenido contacto con el líder austríaco, Martin Sellner, un neonazi de 30 años que ya fue detenido en 2006 por pegar adhesivos con esvásticas en una sinagoga en la ciudad de Baden. Sellner fue entonces condenado a 100 horas de servicio comunitario en el cementerio judío de la ciudad.
El manifiesto de Tarrant donde justificaba su atentado estaba inspirado en las ideas del movimiento identitario y en la teoría del Gran Reemplazo, acuñada por el escritor francés Renaud Camus en 2011 donde sugiere que existe un plan para subyugar al hombre blanco en Occidente a través de la inmigración y el Islam. Estas ideas también se han encontrado en los archivos y las redes sociales de otros terroristas ultraderechistas autores de sendas masacres en EEUU este mismo año: el del centro comercial de El Paso y el de la sinagoga de Poway.
La Teoría del Gran Reemplazo no es la única conspiración a la que hacen referencia los movimientos de extrema derecha. Desde el habitual y centenario complot de Los Protocolos de los Sabios de Sión esgrimido por nazis y antisemitas, hasta en Plan Kalergi, una versión actualizada de la conspiración judía para acabar con la raza blanca mezclándola con asiáticos y africanos a través de la migración. Esta teoría fue promovida por el negacionista del Holocausto y filonazi austríaco Gerd Honsik en 2005, sacando de contexto frases y escritos del filósofo y político austríaco Richard Nikolaus Graf von Coudenhove-Kalergi.

Los orígenes

La batalla cultural de la extrema derecha lleva años librándose. Podríamos situar su origen hace justo 50 años en Francia, al calor del Mayo del 68, y en los círculos intelectuales de lo que fue el GRECE (Grupo de Investigación y Estudios para la Civilización Europea). El filósofo Alain de Benoist planteaba entonces que se debía superar el esquema de derecha e izquierda, y acuñar una nueva idea identitaria alejada del racismo supremacista y de las ideas liberales y materialistas. Una nueva idea que confrontara la globalización (hoy llamada “globalismo”) y la “hipermodernidad” para conservar la identidad respetando al resto de culturas, acuñando así el término “etnopluralismo”, que vendría a decir que todas las culturas son importantes, pero “cada una en su sitio”.
Este movimiento, que terminaría conociéndose como Nueva Derecha (Nouvelle Droite), leyó y entendió perfectamente al pensador marxista sardo Antonio Gramsci y su batalla por la hegemonía. Esta batalla cultural de la nueva extrema derecha vino a ser un combate metapolítico por la hegemonía, considerada hasta hoy en manos de la izquierda por su defensa retórica de los derechos humanos, la interculturalidad y lo que la ultraderecha viene llamando “buenismo” o aquello “políticamente correcto”.
Se trataría, en resumen, de difundir determinadas ideas y valores para promover el cambio de la cultura de una sociedad antes de cambiar su política. La metapolítica identitaria se enfoca en cambiar los temas, términos y posiciones aceptados de la discusión pública para crear un ambiente social y político más abierto y potencialmente receptivo de su ideología. Lo que en algunas ocasiones se ha tildado de normalización de las ideas de extrema derecha, o la “lepenización de los espíritus” de la que hablaba el politólogo Pascal Perrineau, algo que, viendo los resultados de las sucesivas elecciones en Europa y más allá, ya está sucediendo.
El periodista francés Edwy Plenel, cofundador de Mediapart, ya advertía en un extenso articulo publicado en 2015 sobre el peligro de esta aura intelectual que envuelve la ideología identitaria: “No estamos aquí en presencia de una opinión que haya que discutir o refutar, sino de una ideología criminal cuyos mecanismos son los mismos que, mediante la construcción ilusoria de una cuestión judía, han arrastrado en el pasado a Europa a un abismo del crimen contra la humanidad”. Plenel alerta sobre la normalización de las ideas del Gran Reemplazo y de la Reemigración, una de las propuestas que reivindican los identitarios y que es apoyada por Renaud Camús y otros intelectuales franceses. La reemigración consistiría en deportar a los millones de franceses de origen árabe o asiático, o simplemente de piel morena, a los países a los que, según los ultraderechistas, pertenecen, hayan estado allí alguna vez o hayan nacido ya en Francia. “Esto es otra forma de limpieza étnica”, asegura el periodista Mathias Destal entrevistado en el documental de Al Jazeera.
Como Benoist, otros intelectuales han servido para rearmar el ideario de estos nuevos actores políticos mimados y emulados por todas las extremas derechas: desde Julius Evola, que hablaba de “mantenerse en pie en un mundo en ruinas” (lema de los neonazis madrileños de Hogar Social), hasta Alain Finkielkraut. Este pensador francés critica el antirracismo y a la izquierda en general por ser “masoquista moralizante” y por su supuesta complacencia con el Islam, al que considera, igual que los identitarios, el verdadero enemigo de Europa. Así lo retrató ya a modo de ficción otro escritor francés, Michel Houellebecq, en su novela distópica La Sumisión sobre la supuesta toma del poder de Francia por parte del islamismo gracias a la izquierda. Ambos autores son a la vez reivindicados tanto por la extrema derecha islamófoba como por cierta izquierda obsesionada con el Islam, que a menudo difunde (queremos pensar que sin saberlo), los tópicos y la propaganda de la extrema derecha. Eso sí, bien escudada tras una supuesta lucha por los derechos humanos.
También el ruso Alexandr Dugin con su Cuarta Teoría Política, acuñada en 2009, es uno de los referentes de esta nueva ola identitaria. En una entrevista de Clara Ramas y Jorge Tamames en el blog Política Exterior, Dugin abogaba por adoptar las teorías económicas de la izquierda y los valores tradicionales de la derecha, algo que, según el intelectual ruso, el liberalismo entiende al revés, adoptando los valores de la izquierda y la economía de mercado. La influencia de estas ideas, sobre todo las de Dugin, no han caído en saco roto ni tampoco únicamente en el lado derecho. La aparición en escena del filósofo italiano Diego Fusaro, que publica a menudo en editoriales de la extrema derecha y participa en sus actos, ha excitado a parte de la izquierda española, y ha generado acalorados debates en las redes y en varios artículos de opinión por sus posiciones antifeministas y anti-inmigración. Ambos critican lo que consideran un liberalismo moralmente de izquierdas y económicamente de derechas, que Dugin resumía en una frase: “Aborto, progresismo y Gran Capital”.

En España

En el apartado dedicado a España, el informe de HNH tan solo se refiere al autodenominado Movimiento Identitario de España, presente en las redes desde mayo de 2019. Aunque hasta ahora se desconocen las actividades de este nuevo grupo más allá de la colocación de varios carteles y pegatinas en Madrid, su página web ofrece algunas pistas que confirman su consonancia con las ideas del resto de grupos identitarios: “Abogamos por la protección y promoción de los pueblos aborígenes de Europa y sus múltiples culturas. Nos oponemos y denunciamos el gran reemplazo demográfico que estamos sufriendo, así como la islamización y aculturación de Europa”.
Sin embargo, este no es el único grupo identitario que existe en España. Ya en 2016 tres miembros de Generación Identitaria, una formación nacida en Cataluña, ofrecían una entrevista a Crónica Global: «Nuestra lucha tiene ahora dos prioridades: evitar la inmigración masiva y combatir el separatismo en Cataluña», además de desplegar el mismo argumentario xenófobo y los marcos apocalípticos de sus homólogos franceses.
Este grupúsculo también estuvo presente en las múltiples protestas contra el proceso independentista en 2017 y 2018, unas veces junto a otros grupúsculos de extrema derecha como Democracia Nacional y otras junto a Ciudadanos y otros colectivos. Por otra parte, el Moviment Identitari Català (MIC), según explican en un reportaje del digital Crític los periodistas Jordi Borràs y Laura Aznar, empezó a dejarse ver ya en 2015, adaptando al nacionalismo catalán las ideas anti-inmigración, islamófobas y chovinistas del resto de grupos identitarios europeos. Sus apariciones públicas no han sido precisamente cómodas: el 11 de septiembre de 2018, una barrera humana les impidió el paso en la ofrenda floral a Rafael Casanova, uno de los actos tradicionales de la Diada.
Mientras que la versión españolista de Generación Identitaria está hoy inactiva, el MIC trata de hacerse hueco tímidamente en el independentismo, consciente de ser totalmente minoritario y estar constantemente vigilado por el antifascismo catalán. Diez años atrás, varios proyectos que ya utilizaban esta retórica empezaron a trabajar en ciudades como Barcelona, Madrid o Castellón de la Plana. El Casal Tramuntana, Proyecto Impulso y más recientemente Hogar Social Madrid y sus satélites fueron los primeros en importar el modelo de los fascistas del tercer milenio italianos del colectivo Casa Pound. Este proyecto empezó en Roma en 2008, tras varios años de ocupaciones de inmuebles abandonados para cobijar a familias italianas sin recursos. Así se convirtió en lugar de peregrinaje y en laboratorio del movimiento identitario, con una retórica y una imagen que, a pesar de no renunciar a llamarse fascistas, marcarían una nueva era en los movimientos sociales de extrema derecha.
En sus redes circulaban fotos de sus líderes con niños negros y asiáticos en brazos en aldeas de Kenia y de Birmania, a donde supuestamente habían viajado para llevar ayuda humanitaria; carteles de sus charlas en honor al Che Guevara o pegatinas con el lema “0% Racismo, 100% identidad”. Esta apropiación del imaginario (y el activismo en el caso de las ocupaciones) de la izquierda no es nueva en la extrema derecha. Desde la retórica de clase supuestamente anticapitalista (pero siempre nacionalista) del nazismo y el fascismo del período de entreguerras, hasta las más recientes consignas contra las élites o la globalización que esgrimen también las diversas extremas derechas occidentales.
Más allá de las redes sociales de los propios grupos identitarios y sus afines, existen decenas de foros, canales privados de Telegram y grupos de Facebook que comparten sus materiales, muy a menudo distribuidos sin firma en distintos foros y numerosas páginas de desinformación. 8Chan es uno de los foros sin moderación donde se concentra gran parte de la subcultura ultraderechista, bien adobada de teorías conspiratorias y llamadas a la violencia. Fue allí donde colgaron sus manifiestos los terroristas de San Diego, El Paso y Christchurch este año. Echando un ojo a varias cuentas relacionadas con el universo identitario, encontramos, además, numerosas noticias de medios de comunicación convencionales perfectamente instalados en dicho marco.
Se trata de un relato inquietante sobre las ciudades europeas, asoladas por la delincuencia y la inseguridad, reforzado todo con vídeos de peleas y robos, de violencia extrema o de pobreza y suciedad. Sobre todo si sus protagonistas son personas migrantes. Estos últimos meses, la polémica por el exceso de este tipo de informaciones está latente mayormente en Cataluña, donde se han creado plataformas ciudadanas que patrullan las calles contra la delincuencia y que han sido instrumentalizadas por la ultraderecha, que ya ha anunciado una manifestación a finales de septiembre. El miedo y la ansiedad que producen estas noticias funcionan perfectamente como lubricante para reforzar el relato apocalíptico que los grupos neofascistas tratan de difundir sobre las sociedades occidentales. En sus discursos llaman a actuar “antes de que sea demasiado tarde”, y algunos ya han empezado a hacerlo. Solo en 2019, ya han sido asesinadas cerca de un centenar de personas en varios atentados terroristas con el sello identitario.  



Per no tornar a perdre

*Pròleg del llibre "Com combatre el feixisme i vèncer", de Clara Zetkin (1923). Editat en català per Tigre de Paper al setembre de 2019. Avançament publicat al setmanari Directa.




Resulta inevitable llegir els textos de Clara Zetkin quasi cent anys després i trobar-hi semblances amb el present. Salvant les distàncies amb aquell període a les portes d’una de les tragèdies més grans del segle xx a Europa, la clarividència de Zetkin sorprèn per diverses raons. Primer, perquè va realitzar una anàlisi molt encertada d’un fenomen llavors nou, encara incubant-se, del qual va veure l’amenaça que representava. Després, perquè no contemplà subordinar la lluita contra aquest fenomen a cap altre interès que no fora la lluita de classes, sense deixar de banda complicitats i aliances que creia imprescindibles per aturar el feixisme, un primer entrebanc a superar en la llarga lluita per una societat justa i igualitària a tots els nivells. Inquieta pensar que tant de temps després ens és ben útil rellegir les seues reflexions, però, com aleshores, potser una bona anàlisi no porta sempre associada una bona estratègia, sobretot perquè sovint qui pot implementar-la decideix no fer-ho, i pot optar, com així fou, per un altre camí que ens aboca a perdre.
No són pocs els llibres que s’han editat i reeditat els darrers anys sobre el fenomen feixista. Molts, revisant allò que fou i que tractà de ser després de la seua suposada derrota als anys quaranta. I d’altres, més nous, tractant de buscar semblances amb els actuals moviments ultranacionalistes, racistes i, per què no, diguem-ne neofeixistes, que guanyen eleccions, condicionen governs o assetgen els col·lectius vulnerables, els militants d’esquerres i la mateixa democràcia. Més enllà de la discussió sobre com anomenar aquests nous moviments d’extrema dreta i buscar-ne les semblances i diferències amb els passats, ens trobem davant un nou context geopolític, econòmic i social ben peculiar, amb grans incerteses i poques esperances de cara al futur, sobretot observant com els projectes d’esquerres han estat una vegada més sabotejats o s’han perdut en si mateixos amb discussions que han resultat estèrils o estratègies fallides incapaces d’aglutinar la classe treballadora. No és estrany, doncs, que hom busque semblances amb l’època que va viure Zetkin, el convuls període d’entreguerres, en què creixia a poc a poc un moviment reaccionari, amb el suport de les elits, però que acabà nodrint-se també de part del proletariat que l’esquerra no va saber o no va poder sumar.
La premonitòria alerta de Zetkin davant el feixisme i la seua clarividència per descriure com podria evolucionar i com s’hauria de combatre esdevenen cabdals avui dia també per aprendre del passat i no repetir-ne les mateixes errades. És necessari rellegir Zetkin i els seus contemporanis. És important conèixer els entrebancs que va trobar per portar a terme la seua teoria antifeixista, perquè malauradament, avui encara hi trobem una manca d’anàlisi i d’estratègia capaç d’aturar l’onada neofeixista que recorre de nou el món.
Zetkin esmentava sovint la necessitat de comptar amb tots els actors possibles, de crear un “front únic” contra el feixisme. Esmenta la necessitat de comptar amb els i les intel·lectuals, com amb molts altres sectors socials no estrictament de classe treballadora, per aturar el feixisme. Sabia ben bé que també s’enfrontava a una batalla cultural contra la dreta, que fou capaç de seduir amb proclames patriòtiques un bon gruix de classe treballadora i de la intel·lectualitat, a més d’una classe burgesa abocada llavors a la “proletarització”, temorosa de perdre els seus privilegis. Actualment aquesta batalla cultural continua, i la nova extrema dreta ha après molt més que nosaltres a lliurar-la. Ens coneix més que nosaltres a ella. Ha estudiat Gramsci i tota la intel·lectualitat marxista per saber com i on és dèbil. I de nou aquest temor de perdre privilegis, en un context com l’actual d’incertesa, de crisi econòmica i d’inseguretat, s’accentua d’una manera fins i tot obscena. Sobretot si ho relliguem amb Zetkin, una figura clau per entendre també el feminisme i a qui devem el 8 de març com a data simbòlica del moviment, així com altres passos endavant per a l’alliberament de la dona, des del socialisme que defensava i que hui sembla voler-se ocultar pels qui diuen voler buidar de política el feminisme, un insult a la memòria de Zetkin i de la resta de dones que donaren la vida contra tota opressió.
El victimisme dels privilegiats que clama contra el feminisme, contra les lluites d’alliberament de les nacions sense estat, contra els drets LGTBI, contra l’interculturalisme i les persones migrants, contra la descolonització (encara), és hereu del vell feixisme, de l’antisemitisme que farien servir els nazis a Alemanya (que avui repeteix la fórmula amb les persones musulmanes) i del nacionalisme ultracatòlic espanyol, entre d’altres. I aquí ens pensem que és ridícul i que caurà pel seu propi pes, ja que les seues pròpies contradiccions ni el sostenen ni el fan viable. Exactament igual va pensar Zetkin a finals dels anys vint, sense saber el que estava per vindre. Així i tot, Zetkin i els qui li donaven suport ja plantejaren una ferma oposició per tots els mitjans al creixent feixisme, per si erraven en la seua diagnosi autodestructiva. Des de plantejar un front comú fins a l’autodefensa. Des de contrarestar-ne la propaganda i coordinar-se internacionalment fins a plantar cara a les institucions fins a l’últim alè.
I és que la història ha demostrat que el feixisme sempre és cruel, oportunista i fins i tot líquid, capaç d’adaptar-se a diferents contextos, d’adoptar diferents retòriques i de disfressar-se inclús d’allò que per naturalesa mai serà. No és nova l’apel·lació a les classes populars, al combat contra les elits (de les quals, casualment, ells formen sempre part o en fan el paper), a la grandesa d’una nació i la subordinació de tot per aquesta per sobre dels interessos de classe, o a la necessitat de deixar caure els més dèbils, justificant-se en el seu darwinisme social. La xenofòbia actual, la greu crisi que pateix Europa amb els milers de morts que provoca amb les seues guerres i les seues fallides polítiques d’asil i migratòries, també als EUA, no són res de nou, sinó fruit d’anys de supremacisme, d’indolència cultural i institucional davant els problemes globals, dels quals defugim sempre responsabilitats i que no són més que la imatge de la decadència d’un sistema incapaç de donar solucions als problemes reals de la gran majoria, exactament igual que cent anys enrere.
Dol llegir les acusacions que va rebre Zetkin per part dels seus camarades, i pensar que encara avui l’esquerra continua immersa en lluites fratricides i sovint esgrimint les mateixes acusacions contra aquells que no combreguen amb determinades anàlisis i estratègies. I dol més encara pensar que Clara no va fracassar, sinó que no la van deixar fer. L’autocrítica ha de ser sempre una eina constructiva, i la història està plena d’exemples d’errades que es repeteixen i d’actituds tòxiques que les eternitzen i que no s’acaben mai d’exorcitzar dels moviments socials.
Per altra banda, cal reconèixer la tasca dels i les qui han fet durant dècades de l’antifeixisme l’eix vertebrador de totes les lluites, com a posició irrenunciable per combatre les desigualtats des d’una posició de classe, però sense descuidar els privilegis que han de ser qüestionats i enderrocats per caminar cap a una societat més justa. Cal reconèixer l’herència i la valentia dels qui mai renunciaren a definir-se com a antifeixistes malgrat els relats oficials que pretenien ridiculitzar-lo i reduir-lo a una tribu urbana. Malgrat les seues errades i les seues febleses, també, però que mai van deixar d’estar i de reivindicar amb orgull aquesta idea, amb tots els riscs que ha comportat sempre.
Avui, però, toca recuperar més que mai el significat i el llegat d’aquesta lluita. Llegir de nou els textos de Zetkin i de tantes i tants altres que ens advertien del que estava per vindre i proposaven com combatre-ho. Clara va entendre bé el que significava el feixisme, quan encara ni havia madurat. No el menystenia ni el ridiculitzava, per molt residual o anecdòtic que alguns el consideraren aleshores. Encara avui hi ha qui el subestima, fins i tot des de la posició contrària, ja no des de l’equidistància. I aquest és, sens dubte, el primer pas cap a la derrota.
Ni Zetkin ni nosaltres tenim la fórmula màgica per derrotar el monstre, però totes i tots tenim la determinació i l’obligació d’intentar-ho. Ja no només perquè és un tram irrenunciable del camí cap a altres conquestes, sinó per la nostra pròpia supervivència. La lectura d’aquest text ha de servir per refermar aquesta convicció, però també per revisar les estratègies i articular noves fórmules que estiguen a l’altura de les circumstàncies. Per no tornar a perdre.